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«Aquí no hay agua sino sólo roca
roca y no agua y el camino arenoso
el camino que serpentea arriba entre las montañas
que son montañas de roca sin agua
si hubiera agua nos detendríamos a beber
en la roca uno no puede pararse ni pensar
el sudor está seco y los pies sobre la arena
si al menos hubiera agua entre la roca
muerta boca de montaña de dientes cariados que puede escupir
aquí no puede uno ni pararse ni acostarse ni sentarse
ni siquiera hay silencio en las montañas
sino seco trueno estéril sin lluvia
ni siquiera en las montañas hay soledad  
sino sombríos rostros rojos que gruñen y sonríen con desprecio
desde puertas de casas de barro agrietado
si hubiera agua
y no roca
si hubiera roca
y también agua
y agua
un manantial
un charco entre la roca
si al menos hubiera el rumor del agua
no la cigarra
y la hierba seca cantando
sino rumor de agua sobre una roca
donde el zorzal ermitaño canta en los pinos
plip plop plip plop plop plop plop
pero no hay agua
¿Quién es el tercero que siempre camina a tu lado?
Si cuento, sólo estamos tú y yo juntos
pero cuando miro adelante por el sendero blanco
siempre hay otro caminando a tu lado
deslizándose envuelto en un pardo manto, encapuchado
no sé si hombre o mujer.»
Una de las búsquedas en esta travesía era encontrar descampados, lugares abandonados, espacios para la ocupación. Por eso la recomendación de Beatriz del poema de T.S. Eliot Tierra Baldía sonaba tan apetecible y adecuada. (Pequeño paréntesis: ¡¡agradezco cualquier referencia o recomendación bibliográfica que se les ocurra mientras van leyendo estas páginas, bienvenidos los comentarios!!). Cogí de la biblioteca de mi barrio un ejemplar de Cátedra, de bolsillo, bastante feo, aunque era una buena edición comentada que me vino de perlas, porque el texto me resultó críptico y tardé bastante en asimilarlo (si es que lo he hecho). Pero este pasaje aquí compartido me ganó…