Del autor de «Las partículas elementales», como él mismo dice en su libro «El mapa y el territorio» publicado por Anagrama en el 2010, todavía no había leído nada. Le precede la polémica y en realidad la sensación de estar ante una novela entretenida… ¿literatura de entretenimiento? Sin embargo los protagonistas de esta novela pertenecen al mundo del arte y muchas referencias hacen alusión a lugares comunes en el mundillo: desde el papel Hahnemühle a las ferias de arte, las revistas especializadas, Jeff Koons o Damien Hirst (en la imagen). Y es que el arte da para mucha novela (y culebrones), si Vila-Matas recrea una ficción a partir de la Documenta, Jed Martin, el protagonista de Houellebecq afectado por su incapacidad de entablar relaciones humanas, es un triunfador del mercado del arte y el capitalismo salvaje. Para Martin ser artista, en su opinión, era ante todo ser alguien sometido. Sometido a mensajes misteriosos, imprevisibles, que a falta de algo mejor y en ausencia de toda creencia religiosa había que calificar de intuiciones; mensajes que no por ello ordenaban de manera menos imperiosa, categórica, sin dejarte la menor posibilidad de escabullirte, a no ser que perdieras toda noción de integridad y de respeto por ti mismo. Estoy de acuerdo con Jordi Corominas que dice que en este libro hay un ensayo encubierto, en el que Jed reflexiona en conversación con su padre sobre las ilusiones y la labor artesanal de William Morris, lo rural como reducto de los privilegiados, el adiós a la antigua mirada ingenua que creía que un solo hombre era capaz de engendrar alternativas…
Estamos de nuevo ante la necesidad de ese n o s o t r o s, un nosotros que hoy por hoy se configura en Palestina, donde sólo está lo que no debiera entrar en ninguna narración: el horror.