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Mis préstamos de la biblioteca de bellas artes y los de Beatriz, que parte a París y me encomienda la devolución. En el ínterin, camino a Infantes, leo El arte y su sombra de Mario Perniola. Tiene un párrafo interesante sobre el acontecimiento y la noción de ensayo, práctica o ejercicio que venimos desgranando desde hace unas cuantas etapas en estas líneas. «El sentir estético, desde Grecia, se ha determinado sobre dos modos opuestos de concebir la belleza. De un lado, como forma. De otro, como evento (hacia la experiencia de la sorpresa (Carlo Diano). Que algo suceda no basta para que sea un evento. Para eso es necesario que el acontecer sea sentido como un acontecer para uno mismo.
Tyché es lo contrario de amartía que quiere decir lanzar un proyectil que no alcanza su objetivo. Amartía es error, fallo, culpa. Tyché implica logro. Tyche, para Pindaro, es una expresión de una situación de gracia que interpreta la experiencia de la victoria. (…) Se produce un evento cuando, en vez de caer prisionero de la oposición entre interior y exterior, entre subjetividad y mundo, encontramos una solución constructiva que nos permite colocarnos, positivamente, en un proceso que va más allá de nuestra persona. Esta concepción del evento conduce a la afirmación de una dimensión estética completamente original y nueva respecto a las filosofías precedentes caracterizadas por una intersección singular entre contemplación y acción, a una especie de engagement dégagé que confiere una importancia decisiva a la acción, separándola siempre del resultado práctico; por ello, en la Antigüedad, el comportamiento estoico no se comparaba al arte del médico o del piloto (que debían alcanzar su meta a toda costa), sino al del bailarín. No hay evento sin ejercicio, no hay situación sin repetición. Lo que se impone como lo mejor para nosotros debe ser repetido, elaborado, transformado en lo que queremos subjetivamente; por tanto, bajo cierto aspecto, la situación es un tránsito de lo mismo a lo mismo, mediante el cual se establece una diferencia radical. Sólo de este modo un hecho puede convertirse en un evento, es decir, en algo que ocurre para nosotros, aunque no sea nuestra subjetividad la que determine su aspecto concreto.
De esta estética del evento nace la idea del arte como ejercicio: como observa con agudeza Gianni Carchia, lo que cuenta en el pensamiento estoico no es la obra de arte sino el ejercicio, es decir, el momento procesual que conduce a la misma, el movimiento productivo que la realiza.»
Es muy larga la cita, lo sé, pero es que tienes momentos gloriosos: la repetición de lo mismo a lo mismo, para en algún momento conseguir llegar al arte como ejercicio, a esa intersección singular entre contemplación y acción: ahí estoy, acercándome a Atenas desde Infantes, a menos de un mes de la Apertura de Convidados, a tres semanas de llegar a mi Tyché, escuchando con cariño lo que dicen mis amigos (Lena me pregunta si hemos sacado entradas para la reunión) habitando el gran holograma que han construido Mercedes y Pepe.