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En aquél encuentro, hace ya un par de meses, en casa de Carmen y Raúl, las hermanas Almela me recomendaron algunos títulos que quedaron anotados en el cuaderno de viaje. Comienzo con Gonzalo Hidalgo Bayal y su Campo de amapolas blancas, que se anuncia como un espacio para recuperar el pasado, que nace del ejercicio consciente e intelectual de la memoria de una amistad verdadera y perdida. “Seguía siendo un muchacho sin importancia colectiva, dijo, exactamente un individuo.” Alejarse de amigos queridos es algo que nos ocurre algunas veces en la vida, por circunstancias varias, rumbos paralelos o intensidades distintas, es un camino conocido, que deja un poso de melancolía. Campo de amapolas blancas es un viaje triste, de estaciones lentas, de desalientos, de caminos a ninguna parte. El dolor del padre, la ternura que nos produce H. con su descubrimiento: si la lluvia y el fuego son los únicos elementos verdaderamente cosmológicos y por tanto poéticos, difícilmente podremos comprenderlos, pero podemos intentar indagar en ellos. “(…) sé que fue a partir de Bouville cuando empezó a subrayar en todos los libros las referencias a la lluvia, palabras de lluvia, la expresión de la lluvia, y a coleccionar un profuso catálogo de frases con lluvia, con llovizna, con llover. (…) seguimos con las lecturas de Sastre y de Camus, averiguamos que jóvenes desesperados se arrojaban al Sena con ejemplares de La náusea en el bolsillo y aprendimos a resumir el mundo en una frase: “Los hombres mueren y no son felices.“ Cuando en las posturas adolescentes se posan los años las frases despojan algunos cuerpos.