Estoy leyendo (con cierta distancia) a Zygmunt Bauman y su libro Comunidad. Hay que reconocer que identifica ciertos aspectos de nuestra realidad, concretamente de algunos barrios que vislumbramos cruzando el curso del Manzanares y adentrándonos en el anillo ciclista (que los osados llaman verde). «El marco social del trabajo y el medio de vida no es, sin embargo, lo único que se está desmoronando. Todo lo que le rodea parece encontrarse en un torbellino. Citando otra vez a Sennett, el lugar en el que se desarrolla o se espera desarrollar la vida entera «crece de repente al toque de la varita mágica de un promotor inmobiliario, florece y empieza a declinar al cabo de una generación». En semejante lugar (y cada vez más gente llega a conocer tales lugares y su amarga atmósfera por propia experiencia) nadie «se convierte en un testigo de por vida de la historia de otra persona». (…) Se han acabado las antiguas y amables tiendas de ultramarinos de la esquina; si han logrado resistir la competencia del supermercado, sus propietarios, sus gestores, las caras al otro lado del mostrador cambian con demasiada frecuencia para que cualquiera de ellas albergue la permanencia que ya no se encuentra en la calle.» En este día de luto nacional, por la muerte del banquero, nos sumen en la perplejidad las declaraciones de dos políticos en el Congreso vinculando su figura (a favor y en contra) a la «marca España». Parece que hay consenso: no habitamos una comunidad, ni un país, somos productos de una marca, de una franquicia patética y ahora sólo está en juego que el sepulturero elija dónde poner nuestro logo.
Día: 10 septiembre, 2014
