Walser llega, por todo lo alto a La Travesía: en mi segunda visita a Playgrounds en el Reina Sofía y en «una obra de teatro a pie» en el que junto a diez espectadores paseamos junto a Robert Walser, por el barrio, casi chino, de Usera.
El señor director o señor tasador dijo:
¡Pero siempre se le ve paseando!
Pasear -respondí yo- me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir ni media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa. Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría aniquilada. Sin pasear y recibir informes no podría tampoco redactar el más mínimo artículo, y no digamos toda una novela corta. Sin pasear no podría hacer observaciones ni estudios. (…) Un paseo está siempre lleno de importantes manifestaciones dignas de ver y sentir. De imágenes vivas de poesías, de hechizos y bellezas naturales bullen a menudo los lindos paseos, por cortos que sean. Naturaleza y costumbres se abren activas y encantadoras a los sentidos y ojos del paseante atento, que desde luego tiene que pasear no con los ojos bajos, sino abiertos y despejados si ha de brotar en él el hermoso sentido y el sereno y noble pensamiento del paseo (Robert Walser, El paseo, 1917)
La propuesta teatral en movimiento de Marc Coellas y la compañía argentino-española La Soledad, en el Festival Fringe reúne a amantes incondicionales del escritor que en su afán de no desear nada y simplemente desaparecer, ingresó voluntariamente en el sanatorio de Herisau (Suiza), aunque nadie sabe si sufría una severa depresión o sólo quería apartarse del mundo y dedicarse a narrar lo mínimo, esa naturaleza que no necesita hacerse importante, porque “lo es”.
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