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Lila & Flag, la última parte de la trilogía de Berger es una historia de amor apasionado y dramática. Para mí, sin embargo, están más presentes los ecos de las relaciones truncadas entre generaciones de padres e hijos. Las esperanzas de unos en la vida de los otros, la incapacidad de éstos para recordar que la vida es finita y tal vez entonces ya no habrá más tiempo. ¿Es ley de vida? La madre de Flag querría verlo prosperar y su hijo va de timo en timo sorteando la miseria. Los abuelos paternos de Sugus anhelaban (del latín anhelare: respirar con dificultad, jadear) conocer a su nieto, pero sus padres no lograron volver para presentárselo. Dice Berger que en su pueblo ve, cada semana del año, a muchos campesinos del lugar reunidos en el cementerio para despedir a alguien que acaba de marcharse: «Aquí coexisten dos ciudades en continua comunicación, la ciudad de los muertos y la ciudad de los vivos». Esta mañana hemos salido a dar un paseo entre nubes, sol y lluvia, con Carmen, Pilar, Lena y Raúl a Amandi. Además de la iglesia hemos visitado el umbral del gallinero del «Guernica», con sus pollitos, sus vacas y la bombilla pelada. Llovizna fuera, huele a campo.